VOLVER
Del libro "El Sendero Innumerable" de Ramón Pérez de Ayala y Fernández del Portal
(Oviedo, 09-08-1962; Madrid, 05-08-1962).
D.ª Gaviota.
Don Cuervo amigo: juro, por mi fe de Gaviota,
que este hombre macilento, de voz opaca y rota,
que así se plañe, así maldice y alborota,
me parece sin duda el hombre más idiota.
D. Cuervo.
¡Ave María Purísima! (dijo, en tono eclesiástico
Señor Don Cuervo): tienes el pico un tanto cáustico.
Dime qué silogismo o sofismo fantástico
te ha inducido a ese juicio tan radical y drástico.
D.ª Gaviota.
Digo, que haber amado a una tal Asunción,
que se ha casado y ha engordado, no es razón
para afirmar que el mundo es una maldición
y que la vida es más breve que un cañamón.
D. Cuervo.
Verdad ha dicho, amiga, el hombre macilente.
Colmado de sentido ha estado su lamento,
pues nuestra vida es breve, se escapa como el viento.
La vida es de la muerte un continuo momento.
Reza el proverbio -y es la voz de la verdad-
que el cuervo a los cien años entra en la pubertad,
y a los doscientos años es ya mayor de edad.
Mas, ¿qué son estos años junto a la eternidad?
¿Encuentras, por ventura, la vida suficiente?
D.ª Gaviota.
¡Claro!
D. Cuervo.
Doña Gaviota, pienso que estás demente.
El temor a morirte, ¿no tortura tu mente?
D.ª Gaviota.
¡Jamás!
D. Cuervo.
Lo que me dices es estupefaciente.
Es que no filosofas.
D.ª Gaviota.
¿Para qué? Amo la acción.
Me gusta con las alas azotar el ciclón,
en plenitud gozosa henchido el corazón.
A mì, ¿qué se me importa que esté gorda Asunción?
D. Cuervo.
¡No te pesa el pasado!
D.ª Gaviota.
Tengo mala memoria.
D. Cuervo.
¡La tradición desdeñas!
D.ª Gaviota.
Me fastidia la historia.
D. Cuervo.
Pues la acción de tu vida es acción ilusoria.
Estás como el borrico en torno de la noria.
D.ª Gaviota.
Cuanto me dices me parece algarabía.
D. Cuervo.
Se debe a que tu casta carece de hidalguía,
de tradición; en cambio, guardamos en la mía
los dictados añejos de la sabiduría.
Algún abuelo -y de esto hace miles de años-
vivió en larga compaña con santos ermitaños
que, adoloridos del mundo y sus desengaños,
huían a esconderse en parajes huraños.
A estos santos varones les tentaba Satán
con dueñas regaladas o en la traza de un can.
De un ermitaño cierto abuelo fue el edecán:
le llevaba en el pico cada mañana un pan.
La sapiencia de aquellos santísimos varones
muestra que el mundo es un tejido de ilusiones,
que el dolor nos acecha en todas ocasiones.
Y así la conservamos en nuestras tradiciones.
D.ª Gaviota.
Vamos, que si en el agua me doy un chapuzón
y aleteo en un sumo deleite, ¿es ilusión?
Cuando como, sabroso y vivo, un camarón,
¿nada como?: ¿es engaño de la imaginación?
D. Cuervo.
¿Vivo, dices?
D.ª Gaviota.
En este juego soy tan experta,
que pez que yo descubro tenlo por presa cierta.
D. Cuervo.
Tu atroz canibalismo deja mi sangre yerta.
D.ª Gaviota.
¡Canibalismo! ¿Y tú, qué comes?
D. Cuervo.
-Carne muerta.
D.ª Gaviota.
¡Qué indecencia!
D. Cuervo.
No entiendes. Te falta tradición.
D.ª Gaviota.
Te equivocas. Mi casta se remonta a Jasón:
fue amiga de Oddiseus y amiga de Colón.
Sólo que no me gusta jactarme de blasón.
D. Cuervo.
Jáctate, aunque muy presto tu jactancia se frustre.
Doña Gaviota en balde pretendes darte lustre.
Eres, como palmípedo, de vil casta palustre.
En tu vasta familia, sólo el cisne es ilustre.
D.ª Gaviota.
¡Valiente ganso!
D. Cuervo.
Digo cisne: ¿no has oído hablar
del cisne aristocrático?
D.ª Gaviota.
Te voy a declarar
que yo coloco al cisne y al ganso par a par.
Don Cuervo, adiós. Hasta otro día. Voy a volar.
(Y se partió, silbando como una javelina
de plata. A sus alcances, negro como la endrina,
Don Cuervo fue volando. Pero se quedó atrás,
porque Doña Gaviota volaba mucho más).
|