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DOÑA RAQUEL
Mario Valdéz. Sandaker, Barrio de Oslo, Noruega, 03-08-1978
Doña Raquel tenìa un solo sobrino, y èste era -a la vez- el ùnico pensionista de Doña Raquel, quien no sè si aceptò al pensionista por ser su sobrino, o si admitiò al sobrino por tener un pensionista, ya que -cuando de compartir la mesa se trataba- nuestra señora era una mujer muy tacaña.
Y ahì estaban, comiendo, tìa y sobrino; cuando a la hora de los postres pregunta èste a aquella: ¿hay fruta, tìa?
-Sì; manzanas y naranjas.
Y el pensionista demanda: ¿puedo comer una naranja y una manzana?
A lo que declara terminantemente la hostelera: no; o manzana, o naranja.
Y el sobrino comiò una naranja y el huèsped, en un descuido de Doña Raquel, robò una manzana.
Durante varios años el pensionista robò su manzana; diariamente. Hasta que un dìa Doña Raquel pescò con las manos en la masa, esto es, en la manzana, a su sobrino. Y esta fue la manzana de la discordia: Doña Raquel suprimiò la fruta, el pensionista cambiò de hospederìa, y tìa y sobrino se dejaron de ver.
Conversaba yo no hace mucho con el ingeniero Lekmann, un señor sueco con apellido extraño para mì, que soy argentino, que ejerzo una profesiòn distinta a la suya, y que no pertenezco a su familia. Extraño por lo raro, y porque es el ùnico individuo que conozco apellidado asì (un apellido, si se quiere, algo extravagante y que los noruegos podrìan interpretar como "hombre divertido"; u "hombre profano").
En la conversaciòn se tocaron varios temas y, cuando llegamos a la palabra "felicidad", el ingeniero me preguntò si en mi paìs la gente es feliz.
-Vea usted, ingenjörn, le dije. Comparados con ustedes llevamos una vida màs primitiva, pues nuestra civilizaciòn no avanzò tanto como la sueca. Ustedes usan la ciencia a su favor; tienen seguridad social, y gozan de muchas ventajas materiales, como por ejemplo el seguro contra el desempleo...
-Pero no somos felices, me interrumpiò.
-Ahì està la contradicciòn, observè. Comparados con ustedes, somos un pueblo primitivo; pero feliz. Tienen ustedes una naciòn, respecto de la nuestra, adelantada; pero con gente que rebasa tristeza.
Èl observò que el patròn de vida es una conquista que hay que pagarla con algo, y yo acotè que la felicidad no se compra ni tampoco puede darse como forma de pago.
-Querrìamos tener la felicidad de ustedes, pero sin perder las ventajas de nuestro sistema, me dijo -profanamente- el ingeniero Lekmann.
-Es usted un "hombre divertido", tal vez por su aprofesionalidad en este tema, ingenjörn. Ya desearìamos tener las ventajas del sistema de ustedes, y sin destruir nuestra felicidad, le asegurè, ya que tambièn tengo algo de lekmann, esto es, algo de "hombre divertido"; "profano" (con ganas de ver las cosas complicadas de manera simple, que es una simple manera de complicar, màs aùn, las cosas).
Y recordè a Doña raquel y a su sobrino, el pensionista, y comparè la naranja con el bienestar: jugosa, a veces; agria, otras. Al igual que el pensionista de Doña Raquel, podrìamos comprar un bienestar pagando, como sobrinos, una mensualidad (de impuestos, de automatizaciòn, de lo que fuere), con tal de tenerlo a diario.
Hice partìcipe de mis razonamientos al ingeniero, quien -ya en posesiòn de la historia de Doña Raquel y su sobrino- me dijo que èl compararìa la felicidad con la manzana y que, tal vez robàndola, podrìan ellos dejar de ser un pueblo triste.
-¿Se olvida usted que la manzana de Doña Raquel fue la manzana de la discordia?, le dije.
-¿Y què se puede hacer, entonces?, me demandò el ingeniero.
Hasta el momento, ingenjörn, y que yo sepa, sòlo una sola cosa: o comer manzanas, o conformarse con las naranjas. Por mi parte, deseo seguir masticando manzanas.
-¡Con tal que no le produzcan discordias!, me dijo el ingeniero. ¡Yo no deseo dejar de comer naranjas!...
-Mientras no vengan contaminadas como las Jaffa..., comentè.
-¡Ah, Doña Raquel!... ¡Si supiera usted cuànta verdad escondìan sus palabras!... La vida, tambièn, es una pensiòn; una gran pensiòn, en la cual cientos de millones de sobrinos pagamos una mensualidad, para comer una naranja; o una manzana...
Pero Doña Raquel no puede responder. Muriò hace mucho tiempo, en Sudamèrica, desconociendo -supongo- que su polìtica era tacaña, pero real.
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